marzo 12, 2006

EnLineaDirecta.info "Carta al pintor Ricardo Delgado Herbert ¿Dónde están los funcionarios culturales de Tamaulipas?" Por: ALBERTO CUE

















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Segunda quincena de enero del 2006
DISTRIBUIDO EN TAMAULIPAS
No. 10
por: Alberto Cue



25 de enero de 2006

No hay nada peor que no saber reconocer sus errores. Se dejó ver mi falta de malicia cuando el contenido de una carta privada sonó más fuerte que un pensamiento en voz alta, cuando la hiciste pública. La irreflexión fue mía porque el tono era fuerte. Y vino la molestia del Lic. Fernando Mier y Terán Garza. Al quejarse, en una carta dirigida a autoridades del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (enero 10 de 2006, copia recibida en 21 del mismo mes), expresa que “el Sr. Alberto Cue, Director de la Revista Tierra Adentro, emite juicios de valor tales como «sujetos farsantes y rastreros» refiriéndose a personas de este instituto” (cursivas mías).

Lo primero es que me confundió con el director de la revista Tierra Adentro, cuando sólo soy su editor. El poeta Víctor Manuel Cárdenas, director de la revista, como bien sabes, nada tiene que ver en esto. En segundo lugar, me gustaría señalarte algo muy significativo: si en vez de decir “soy un funcionario medio en el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes”, hubiera dicho, más llanamente: “soy un empleado público que edita impresos en el Conaculta” (véase, Martín Alonso, Enciclopedia del idioma, 3 vols., t. II (D-M), p. 2074: “Funcionario (de funcionar). m. Empleado público.” No dice más), al Lic. Fernando de Mier y Terán le hubieran importado un rábano y medio mis palabras. ¿Pero por qué le interesaron y les dio relieve? Y, por el contrario, ¿Por qué no le ha concedido hasta ahora la menor atención a la profunda inconformidad de parte de la comunidad artística de Tamaulipas? ¿Por qué cree él que podría refrendar conmigo “el compromiso de la libertad de expresión”, si no la ejerce en sus justas consecuencias ante la comunidad artística de su estado, ni ante la prensa de su estado desde hace meses? ¿Cree que tales refrendos se ejercen exclusivamente en papel membretado y con empleados llamados funcionarios, si alguno de éstos tiene a bien armarse de ingenuidad y preguntarle al Lic. Mier y Terán cuál es el estado que guarda la difusión cultural y el apoyo artístico en Tamaulipas? Si su queja ante autoridades del Conaculta me parece guardar intenciones caprichosas, como por ejemplo afirmar que hablo de asuntos que “evidentemente” desconozco (lo que tal vez querría decir que se trata de un asunto que no tiene por qué importarme), o la de llamar la atención “ante asunto tan penoso” (¿me sumiré en la incertidumbre nada más de pensar qué harán las autoridades conmigo?), podría también parecer una reacción malintencionada.

 ¿Por qué el Lic. Mier y Terán no mejor se muestra realmente dispuesto a encarar, con la digna atención de un funcionario, el apabullante cúmulo de cuestionamientos frente a determinados aspectos de su gestión pública, en su capacidad y disposición real de servicio, y la de sus colaboradores directos, como Emiliano de Pau y Medardo Treviño?

Tampoco debería yo decir: “los funcionarios mexicanos son, en su mayoría, falsos y mentirosos”, por la sencilla razón de que es un desgraciado lugar común y porque, después de todo, los hay excelentes, como funcionarios y como personas. Para expresarse como lo hice en la carta motivo de la molestia del director del ITCA, es necesario estar en confianza, como en las cartas que nos cruzamos tú y yo; es una forma de soltar el coraje por las injusticias que aparecen en tantos lugares del país. Que te equivocas con las palabras o con un exceso de vehemencia y hieres una susceptibilidad tan selectiva… pues eso suele ocurrir. Lo importante es que hay que saber corregir con la misma verdad del error. Desde luego, reconozco que el Lic. Mier y Terán adivinó mis opiniones, aunque no pueda felicitarlo por sus malos métodos al creer tener la prueba de mi enemistad con el ITCA, preocupándose muy especialmente en señalar que yo envié “a todos los medios de comunicación, por la titularidad de esta institución” (al parecer se refiere al Conaculta, aunque no lo dice tan claramente), el engendro de mi cartita. ¿Yo dije o dijo él: “algunas personas de este instituto”? ¿O se diría de aquél instituto?

El Lic. Mier y Terán parece tener una concepción egocrática de eso que algunos llaman funcionariato: “Pero el funcionario se halla por encima de todas las leyes psicológicas, que sólo rigen para el público. Sin embargo, si cabe excusar un principio estatal defectuoso, resulta imperdonable el no ser lo bastante honrado para poder ser consecuente. La responsabilidad de los funcionarios deberá hallarse tan en absoluto por encima de la del público como los funcionarios se hallan por encima de éste, y precisamente al llegar aquí, al terreno en que solamente la consecuencia en la aplicación podría justificar el principio, hacer de él, dentro de su esfera, un principio jurídico, se le abandona para aplicar cabalmente el principio contrario” (C. Marx, “Observaciones sobre la reciente instrucción prusiana acerca de la censura”, enero-febrero de 1842). Como se ve por la indicación de fecha, el mundo no se ha atrevido a cambiar gran cosa. De aquí pasamos a decir que el censor es acusador y, la vez, defensor y juez en una sola persona: “el censor, a quien se encarga de administrar el espíritu, es, como tal, irresponsable”. Esta otra frase, y las cursivas últimas, son también del viejo autor alemán. Tal parece que la ascendencia espiritual del Lic. Mier y Terán proviene de esa Prusia patriarcal ya desaparecida, y reúne en su sola persona a la trinidad espiritual-terrenal asumiendo que: el “instituto” c’est moi.

Lo mejor es tu carta dirigida a él en 26 de diciembre del año pasado. ¿Ya se ocupó de contestarla? Y luego de leerla cuando me la enviaste, elogié tu educación “al dirigirte a un personaje así con palabras tan comedidas” ante su actitud de “hacerse tonto” (que sí dije, pero que ya no digo). Y después de tu actitud tranquila, bien dispuesta, me dejo ahora para mí lo peor de “este penoso incidente”. Pero es claro que no estaba yo en aquella carta, ni lo estoy en ésta, con el ánimo de afirmar que la solución es buscar el conflicto, aunque evidentemente hay un conflicto que rebasa las palabras y abarca, más bien, los hechos que son motivo de las múltiples quejas en contra del Lic. Mier y Terán como funcionario.

No sé si este señor personifica todos los males que rodean a algunos aspectos de su gestión pública (documentada con más de 150 notas críticas en la prensa, sobre todo tamaulipeca, durante intensos siete meses). Menudean las referencias a conflictos, censuras, rechazos viscerales, desatenciones, promesas incumplidas y actos prepotentes. Qué bien que la gente se exprese, qué mal que tenga que hacerlo a gritos… y hasta ahora sin resultados. A lo largo de estos meses habías conservado una ecuánime opinión acerca del Lic. Mier y Terán. Pero cuando te dirigió, como “regalo de navidad”, una serie de afirmaciones en las que mezcla inexactitudes y falsos, tu decepción fue completa… Le escribiste y esperaste a los Reyes Magos y nada… y ya va a llegar la Candelaria y nada… Tu pleito era con el director del Museo de Arte Contemporáneo, Emiliano de Pau, no con él directamente; pero cuando deja ejercer, en el puro vacío de su sordera, la libertad de expresión de los tamaulipecos, la tuya y la de muchos, es obvio que el barco hace agua (con patadas de ahogado por parte del capitán y toda la cosa). Sin embargo, de lo peor nace lo mejor: lo importante es que no se trata sólo de tu circunstancia; tu problema es el problema de otros, más exactamente de la mayoría de los artistas de tu Estado.

El panorama que hoy ofrece un estilo personal de “administrar la cultura” hace necesario pensar en otro u otros estilos; y se hace evidente que hay otras maneras y otras visiones que no han tenido cabida.

Contra lo que supone el Lic. Mier y Terán, creo que es mejor emitir juicios de valor basándose en la contundencia de tantas evidencias hechas públicas, y que presumen ser honestas, que solicitar un boletín oficial que sería mera fórmula del estilo de su queja. No sé cómo alguien puede fingir tanta indiferencia, sino es que simplemente la expresa de forma natural, ante semejante montaña de entuertos y feos deslices.

Tengo conmigo algo así como cien cuartillas o más de impresos con notas periodísticas de aquí y de allá que involucran a alrededor de 150 artistas que claman por un cambio en la política cultural en el estado de Tamaulipas, basándose en la expectativa del reciente cambio de gobierno en el Estado. Sería interminable ponerse a describir cada caso, pero los pocos que puedo referir rebasan cualquier consideración simplemente anecdótica. Y deben llevar a la reflexión.

Un caso típico es el del director de teatro y periodista Fernando de Ita, quien tuvo casi que rogar, según dijo, y finalmente amenazar con hacer público el hecho de que no había la menor intención de pagarle un taller de 4 días con asistencia de 40 artistas locales… y le pagaron menos de lo convenido (El Contacto, Matamoros, 6 septiembre, 2005). El caso del pintor Onésimo Gallardo, cuya exposición pictórica fue censurada por el director del Museo de Arte Contemporáneo de Matamoros, Emiliano de Pau, aduciendo que las obras que componían dicha muestra invitaban “al acto sexual”, es también ilustrativo (La Jornada, 6 abril 2005).

En cuanto al músico Roberto Elías Medina, de Reynosa, nada más elocuente que citar algunas de sus palabras, sin poner ni quitar un acento: “Mi trabajo que desempeñaba era el de Coordinador estatal y Director del coro Meced Chimalli del Estado del cual obtuve grandes satisfacciones por los niños porque en cuanto al trato de Medardo con ellos era déspota y discriminaba a los niños y los humillaba al grado de que algunos niños le tuvieran miedo. […] En cuanto a mi trabajo el me quedo a deber algunas facturas de gastos ya que no se me daban viáticos para realizar mi trabajo que consistía en supervisar a los 14 coros del estado el cual tenia que hacerlo por mis propios medios y aun así el declaró que no trabajaba y no cumplía con mis obligaciones, en cuanto a mi salario me pidió recibos de honorarios en blanco a través de sus subordinados con el fin de cubrir mis viáticos los cuales no fueron cubiertos y tampoco se me regresaron esos recibos ni las retenciones de impuestos correspondientes.”

Expresiones de inconformidad, en uso de la “libertad de expresión” que tan selectivamente aprecia el Lic. Mier y Terán, ha habido de sobra. La más significativa (y que, además, fue una denuncia de hechos) fue dirigida al Ing. Eugenio Hernández Flores, actual gobernador constitucional del Estado de Tamaulipas, ante la ratificación del señor Medardo Treviño González como director de Fomento Cultural del Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes (en 2005), debido a las públicas y reiteradas actitudes y manejos para beneficiarse, tanto él como sus allegados artísticos, como receptor de becas, reconocimientos y patrocinios. En dicha protesta se señalan casos concretos de favoritismos, omisiones y manipulaciones en torno a convocatorias, organización de becas y premios, además de negligencias administrativas. Pero la respuesta ha sido acusar a los grupos de artistas inconformes (llamados “artistas sublevados”) de ser un núcleo minoritario ávido de ocupar los puestos, respuesta típica de alguien que puede considerar que éstos son sólo una silla y no una función noble y difícil.

Los inconformes agrupan a músicos, artistas visuales, promotores culturales, teatristas, maestros, escritores, sin olvidar que desde Tampico, Ciudad Victoria, Matamoros y Reynosa surgieron más protestas y señalamientos concretos. Me parece increíble que los responsables recurran a tretas como mentir y desvirtuar la magnitud del malestar en torno al desempeño de la directiva del ITCA.

Lo siguiente también es sintomático: “Lo que sí es cierto y es grave, es la manera en que [Fernando Mier y Terán y Medardo Treviño] tratan de encubrir sus acciones, intentando politizar el descontento al ligar a algunos cuantos de los firmantes a grupos políticos”; además de tener el atrevimiento de “reclamar” a los artistas el haber firmado dicha carta de protesta, llegando a advertirles que el “instituto” ya no los apoyará “si no se retractan”. Incluso, según testimonio de varios afectados, aparecieron en sus direcciones electrónicas “correos electrónicos con nombres falsos y amañados, para divulgar rumores con el fin de amedrentar” (“Aclaración de los artistas de Tamaulipas”, Ciudad Victoria 2005, firmada por Carlos Valdez y Lorena Illoldi).

¿Y las respuestas claras y concisas del maestro Sergio Cárdenas al maestro Jacobo Zabludowsky en su programa de radio?

¿Y la carta que el maestro Gabriel Macotela tuvo que mandar para que ya no chingaran más a la empleada del Museo de Arte Contemporáneo de Tamaulipas, que había recibido el cuadro de sus propias manos?

En uno que otro testimonio puedo distinguir expresiones como ésta: “Fernando Mier y su comparsa de funcionarios serviles e ineficientes”, pero, después de entresacar los anteriores testimonios, quiero sólo advertir que la crítica en la prensa, además de dicharachera, está hecha por periodistas profesionales, artistas y críticos de arte; es unánime en señalar la necesidad de superar una situación que, además de entrañar pequeñas y grandes vergüenzas, ha empantanado el desarrollo cultural del Estado, al no posibilitar una proyección cultural real, y luego al ser ellos mismos, los directivos del ITCA, obstáculos casi naturales de todo proceso ulterior de “gestión cultural”.

“Ahora que a decir verdad, ni Emily, ni Katrina y mucho menos Rita, han depredado tanto el dinero público como lo hacen en el Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes. Antes durante el sexenio de Manuel Cavazos Lerma, “Barracuda” videohome, idea original de Medardo Treviño y filmada en su casa, si que dañó para siempre el presupuesto, pues hasta hoy en día gobernadores vienen y van y él sigue siendo el fiel del saqueo en materia cultural, ahora de la mano de Fernando Mier y Terán. (María Jaramillo Alanis, En línea directa, “Razones y Palabras / Santa Rita de Acacia, ruega por nosotros…”, Cd. Victoria, 23 de septiembre de 2005).
La falla es política. Y después, es una falta ética.

Por otro lado, no intento establecer quiénes sí son beneficiados pero de seguro no serán las mejores razones para que ello sea así. Otro juicio de valor que, por el momento, adjudico a mi propio criterio.
Lo que apunta Alejandro Rosales Lugo es muy claro: “Contamos con una excelente infraestructura en museos; ahora hay que darles contenido. […] Hay muchas razones del descontento de los artistas de Tamaulipas; lo escucho en Laredo, la verdadera Siberia de Tamaulipas; en Tampico, en Reynosa, en Matamoros. Hay enojo porque se patrocina a artistas nacionales que no lo necesitan, y yo no soy chovinista. […] Por eso aplaudo la posibilidad de reunirnos los artistas independientes para dar voz a nuestras propuestas” (Alejandro Rosales Lugo, Expreso, “La Caja de Pandora”, Cd. Victoria, 20 de febrero de 2005).

Pero hay un testimonio más: “No existe en toda esta ínsula barataria, ni siquiera una digna feria de libro como elemental punto de atracción al resto de los tamaulipecos, y las bibliotecas públicas solo sirven para que grupos de jóvenes chacoteros se reúnan a echar relajo con el pretexto de tareas escolares” (Max Ávila, El 5inco de Tamaulipas, 13 de noviembre de 2005).

Todo esto se ha acumulado a lo largo de siete meses. Indica al menos la necesidad de revisar una situación y, en segundo lugar, reconocer un consenso existente en cuanto a los propósitos sanos de toda gestión cultural en Tamaulipas, que hoy simplemente no es posible cumplir, con todo y la infraestructura existente (considerando que otros estados no tienen los que hay en Tamaulipas). No todo lo hace el dinero ni todo ha de poder hacerse nomás desde arriba. Es un contrasentido en cualquier ámbito de gobierno y un contrasentido del concepto de democracia que se dice respetar.

En el primer testimonio (para sólo comentar tres y concluir todo esto), no puede aceptarse que la actitud señalada por Fernando de Ita corresponda a una gestión pública de cultura. Si estas circunstancias son por desgracia casi cotidianas, y se admite el caso cuando en verdad hay problemas presupuestales, lo menos que puede exigirse —por ser una norma de elemental ética— es enfrentarlas con honestidad y profesionalidad. La censura del pintor Onésimo Gallardo y la tuya, Ricardo Delgado Herbert, sólo indican que no es esa la manera de tratar asuntos espinosos en materia de exhibición de arte; no niego que hay circunstancias, que el arte mismo, y la actitud de muchos artistas, ofrezca disyuntivas para las instituciones burocráticas, pero precisamente por ello la especificidad de las distintas tareas, al hacer la talacha de la difusión cultural, requiere de gente que se abra a las disyuntivas reales y sea capaz de aceptar, contra el gusto y los criterios personales, el valor de la libertad de creación y de expresión. Para eso está la crítica, aunque suene cándido. Se trata, en último lugar, de los posibles fundamentos de discusión para cerrar el paso a respuestas viscerales, de donde sean.

El triste caso del músico Roberto Elías Medina parece rotundo; es la expresión más depurada del desprecio por el trabajo y la dignidad de los demás. ¿Qué otra cosa puede decirse?

También puedo reconocer que los directivos del ITCA saben mucho más que yo sobre su Estado, pero eso no me impide a mí reconocer la naturaleza de los problemas de una parte de los tamaulipecos. Ni como opinante ni como conocedor. Las triquiñuelas que han sido denunciadas por muchos artistas indican un pésimo desempeño en el campo de cualquier actividad humana consciente. Chantajear, amenazar, querer confundir, falsear hechos, intentar dividir a la comunidad artística tamaulipeca (cuando su función es precisamente la contraria) son muestras de un rezago que ha adquirido la forma de una mentalidad pre-política. Parece que estos funcionarios no han querido superarse, y no creo que les hayan faltado oportunidades. Justo era que hubieran hecho un mejor papel, un poco más decoroso, un poco más digno, según se puede ver ahora.

La esfera pública no puede negar apoyos equitativos. La esfera privada, representada aquí por la comunidad de artistas, tampoco puede vivir (ya se ha visto) dependiendo sólo de esa posibilidad de aplicación equitativa de atención, ya no sólo de recursos. Y aunque se asuma esta crisis como la han asumido la mayoría de los artistas tamaulipecos, y aunque ustedes puedan percibirse en estos últimos meses como una comunidad más cercana, no deja de ser injusta esa persistente falta de apoyo y honestidad ante el talento local, carencia que se hace más ofensiva cuando, en su lugar, se ofrece cabalmente el principio contrario. Siempre hay intereses, visiones distintas. Por tanto, siempre hay la necesidad de conciliarlos. Construir un campo de acción de las artes en un régimen de convivencia significa tener ya una identificación real, y poder ejercerla, entre la sociedad y ese arte que se difunde, se apoya y se estimula. Pero cuando un artista ve obstaculizado su trabajo por fallas sistemáticas o humanas, cuando el trabajador cultural ve limitado su campo de esfuerzo por falta de expectativas internas o externas, o por el abrumador peso de la gestión burocrática, cuando el artista se metamorfosea en funcionario cultural (mostrando con ello muchas veces oportunismos lamentables), o cuando el funcionario cultural de pronto aparece como novelista, escultor o lo que sea (con su dosis de malas consecuencias y su retribución en premios teledirigidos), cuando el nepotismo y la sed de puestos florecen, cuando impera, en suma, un miope individualismo (y un miedo a asumir la propia individualidad), y, por si fuera poco, con falta de alternativas para la formación adecuada de artistas de distinto género dentro del propio Estado; por el solo hecho de acomodarse a esto, de imponerlo o aceptarlo, unos y otros pierden, aunque unos más que otros. Así, por ejemplo, ¿cuántas escuelas de arte hay en Tamaulipas que constituyan un sistema de enseñanza artística estatal digno de ese nombre, en qué niveles se encuentran, qué preparación y reconocimientos pueden otorgar, cómo funcionan, qué sistemas de enseñanza se han podido consolidar en las aulas, éstas tienen bibliotecas, se usan los libros que hay allí, cuántos centros de enseñanza hay y qué tipo de alumnado asiste a ellos, qué perspectivas ofrecen en general las instituciones de enseñanza artística, artesanal, etc., para su futuro desarrollo? Y a esto seguirían bastantes temas cuyas circunstancias desconozco pero que no estoy obligado a saber ahora ni mediante cualquier informe boletinado ni cualquier otro medio.

Pero ¿qué te digo? ¿Sabes por qué creo tener derecho a opinar sobre este estado de cosas entre los artistas tamaulipecos? Porque lo que hacen los tamaulipecos es lo mismo que hacen otros, los neoleoneses, los veracruzanos, los chiapanecos, los nayaritas, y que es lo mismo que hacen todos los mexicanos y, luego de todos los mexicanos, todos los demás, los extranjeros de todo el mundo, atenienses o metecos.

Recientemente, la UNESCO ha reconocido ciertas bases indispensables para el conocimiento y la educación actuales, y sobre todo el conocimiento y la educación del futuro. Por sí mismas, si estas bases se aplicaran como criterios para “emitir juicios de valor”, serían un claro elemento de descalificación para los actuales directivos del ITCA (atípicos “gestores” de la educación y la formación artísticas). Entre otras: que la educación debe dotar a los seres humanos de la comprensión de que no hay conocimiento exento de error o de ilusión; que es necesaria una reforma del pensamiento para vincular más íntimamente nuestro conocimiento con nuestras necesidades reales; que la educación del futuro deberá centrarse en la enseñanza de la condición humana; que el ejercicio de nuestras identidades (la consideración de nuestras tradiciones en relación con las de otros) debe implicar una conciencia cívica solidaria con nuestro planeta y con el género humano para conocernos, criticarnos y convivir mejor; que debemos aprender, finalmente, de manera objetiva y a la vez de manera intersubjetiva.

La enseñanza de nuestra propia condición humana, según el informe Morin de la UNESCO, consiste básicamente en revisar y criticar a fondo nuestro egocentrismo y nuestro etnocentrismo; y también, añadiría yo, nuestro sociocentrismo, generadores de xenofobias, racismos y discriminaciones.
Todo esto parece evocarme ciertas raíces, no en una sana tradición de noble condición humana, sino en un pasado que no representa precisamente lo mejor. Siempre se podrán argumentar circunstancias insuperables, descuidos eventuales, pretextos ínfimos; como el argumento de que se trata de una oposición minoritaria; en fin, lo que se les ocurra, o lo que la providencia les indique, en su celestial elevación, como norma aplicable. Lo que tiene que ocurrir es el reconocimiento de todos los artistas tamaulipecos en una tarea común: mejorar el estado actual de cosas para ellos mismos, como artistas y como sujetos sociales. Es imposible no poder esgrimir razones, aunque haya que gritarlas.
Como siempre, los artistas, los promotores culturales y el público tienen la palabra. Y, desde luego, también los funcionarios.

* México, D.F., Estudió la carrera de Historia en la UNAM. Editor en Fondo de Cultura Económica (1978-1989), editor en Difusión Cultural-UAM (1990-1991), editor en Instituto de Investigaciones Históricas Dr. José María Luis Mora (1993-1996), editor en Dirección General de Publicaciones del Conaculta (1997-1999), editor de la revista Tierra Adentro y del Fondo Editorial Tierra Adentro desde 2003.

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