abril 03, 2009

GAZETA El ITCA, una década perdida entre la mafia cultural y corrupción, el colmo es que ni siquiera cuenta con sede propia…





por Antonio Arratia Tirado/Nora Castillo

Hace días, Fernando Mier y Terán fue renunciado de la dirección del Instituto Tamaulipeco para la Cultura y las Artes (ITCA), dejando tras de sí una debacle

cultural y un grave desorden administrativo.

Tan intrascendente como su gestión fue su salida.

Diez años de permanencia en el ITCA le bastaron para borrar toda actividad cultural. Perdió todo nexo con las instituciones del país, con los intelectuales y con los creadores.

Pasaron y pasaron los años hasta llegar a diez y como si no hubiera pasado nada, porque la abulia se aposentó y sentó sus reales en cada rincón de la que debía ser la máxima institución cultural de Tamaulipas.

La ahora periodista María Antonieta Morales de Yarrington conoció a Mier y Terán en el Tecnológico de Monterrey, y cuando de la mano de su marido arribó al poder invitó al modisto a dirigir los destinos de la cultura en Tamaulipas.

Sin mayores glorias culturales que la de ser familiar de la clase política estatal, Fernando Mier se mantuvo en el cargo pese a las tormentas, hasta que tantas gotas derramaron el vaso.

Teatreros, creadores, intelectuales, todos se han cansado de reclamar apoyo.

Los tamaulipecos han padecido 10 años sin política, sin planeación ni rumbo cultural.

Sabido es que el hilo conductor de la política cultural tiene que sustentarse en una relación estrecha, dialéctica, entre funcionarios públicos, creadores y sociedad civil, simplemente porque los que crean retratan los escenarios de lo que se tiene y a lo que se aspira. Sin embargo, con Fernando Mier y Terán todo nexo se rompió.

Durante 10 años, la secretaria particular de Fernando Mier, Gabriela Gattás, se dio gusto corriendo y humillando a cuanto artista acudió ilusamente en busca del apoyo oficial.

No hay recursos para la difusión cultural porque todo el dinero se ha quedado en un pequeño grupo, en una mafia “cultural” que en el reparto de premios beneficia únicamente a los allegados.

Durante el reinado de Fernando Mier, un buen número de sus colaboradores, empezando por los directores, vulneraron los códigos de valor del servicio público.

Sobran ejemplos de acciones tan indebidas en el mundo del revés de la burocracia cultural.

Si la salud institucional depende de la ética de los servidores públicos, no cabe duda que el ITCA se encuentra en estado de suma gravedad, en terapia intensiva.

Roberta Rodríguez, jefa del departamento de Personal, cobró durante 10 años en el ITCA sin hacer presencia física, porque hasta la comodidad de su hogar le eran enviadas sus quincenas. La jugosa compensación de 15 mil pesos mensuales la cobraba por medio de tarjeta.

Ahora que ya no está su tío Fernando Mier, Roberta ha comenzado a hacer acto de presencia en las oficinas administrativas del ITCA. Es decir, ya empezó a aterrizar.

La directora de Patrimonio, Olga Méndez, es un caso perdido. No promueve nada, no hace nada. En esta dirección los que no trabajan, que son todos, se la viven conjurando.

Lucrecia Cuevas, prima de Fernando, fue una de las grandes beneficiadas. Durante 10 años montó sus enredos en la Plaza Juárez, embolsándose fuertes cantidades de dinero. Sí, fue la que envolvió los árboles de la plaza con trapos multicolores.

No hay edición de libros pero existen facturas -con abultadas cantidades- de imprentas cuyos dueños tienen nexos familiares con funcionarios del ITCA.

A su vez, en los dos años que lleva al frente de la coordinación de Museos, Víctor Landa se la ha pasado en las antesalas de los secretarios del gobernador, buscando apoyos para acceder a la titularidad. Fracasó a pesar de sus cercanos nexos de Manuel Muñoz Cano, que ha protegido a una caterva de acosadores sexuales en detrimento de una que otra secretaria. Las denuncias no prosperaron. Y las sacaron del ITCA.

Otro “promotor cultural” y beneficiario de Muñoz Cano es su tío, Eduardo Muñoz Rocha, quien cada año, durante el Festival Internacional Tamaulipas (FIT) se embolsa cantidades de hasta 500 mil pesos, en representación, dice, de grupos artísticos.

De Astolfo Palomo sólo sus jefes saben lo que hace en el ITCA. Lo que sí saben todos es que es un experto en nóminas porque cobra con puntualidad religiosa.

El personal del ITCA se ha entretenido en los campos que sabe dominar a la perfección: la grilla, la intriga y la creatividad para comprobar y justificar recursos.

Cada director del ITCA y allegados al grupo cultural en el poder gozan del pago de dos teléfonos. Los topes de cada Telcel y Nextel van hasta los dos mil pesos mensuales.

Cada director goza -por lo menos con Fernando lo hizo- de un vehículo oficial que al año de uso queda inservible. El propio Mier dejó en calidad de chatarra dos vehículos de reciente modelo. También cada uno de estos funcionarios dispone de 200 litros de gasolina Premium cada mes.

Al relevo de Fernando Mier llegó Guillermo Arredondo, quien con sus declaraciones da la idea de que está en otro mundo pero no sabe en cuál. Afirmar que su tarea es ubicar al FIT a la altura del de Honk Kong o el de Lyon, Francia, y que pondrá en marcha proyectos únicos en el mundo es una prueba consistente de que ignora dónde está parado.

En efecto, Arredondo llega tarde a la repartición de puestos y para colmo arriba a un lugar equivocado. Desde hace años, de la mano de Oscar Luebbert Gutiérrez el ahora director del ITCA picó piedra para acceder a la titularidad del ITAVU.

Por eso el personal de la dependencia y no pocos creadores empiezan a verlo de ladito, porque saben el ITCA requiere un director responsable y no un vendedor de ilusiones. Un servidor público con los pies en la tierra, que venza indolencias, intereses creados y haga aun lado el manoseo en la selección de becarios.

Queda poco más de un año y no es como para ponerse a soñar. Los artistas e intelectuales de Tamaulipas esperan el desagravio. Queda un año para comenzar a poner orden. Se sueña con un FIT a la altura del de Lyon y el ITCA no cuenta ni con oficinas propias.

De ocupar un majestuoso edificio, el ITCA se convirtió en un ambulante teatro de comedia que ha dejado grandes dividendos económicos a uno de los personajes más escondidos del régimen: René Castillo de la Cruz, quien es el que les renta las oficinas desperdigadas por la capital.

Aunque no tanto como otro gran vividor y beneficiario del FIT: José Manuel Flores Montemayor, el vocero del DIF estatal.

El miércoles 25 acudimos a las oficinas del director Guillermo Arredondo con la intención de entrevistarlo, pero con la sorpresa de ver a Fernando Mier y a Gabriela Gattás en dichas instalaciones llegó la reflexión: en el ITCA no ha pasado nada.